Nunca supe porqué hacía tanto calor ese día; De hecho, aún nadie puede
explicarme que hacen treinta grados de temperatura asomando la nariz
en la fiesta del Invierno.
El último café lo había dejado a medio terminar en una de las mesitas
de la pastelería ahora devenida en cafetería Express, pues por alguna
razón me habían dado ganas de seguirte.
Caminé tras de ti, a distancia ciudadana, confundiéndome entre los
peatones que a esa hora del día eran muchos y por cierto, bastante
ruidosos. Te seguí hasta la galería del bicentenario, no pude evitar
reírme de la cara tonta de las muchachas que salían del lugar con
cuaderno en mano, sinceramente me reía de tu parecido con aquella rima
que desde una semana antes jugaba a hacerse la encontradiza durante
mis horas laborales.
El extraño, "bizarro", sol de ese día, te daba de lleno en la cabeza y
el dorado se esparcía de una y otra forma sobre las puertas del que
otrora fuera museo Hidalgo, y se perdía entre los paseantes que
caminaban sin mirarte hacia el interior de aquella sala.
Así radiando luz, entraste tu también y después de dejar pasar a una
señora vestida muy folklóricamente con una niña en los brazos, te
seguí yo.
Luego pusiste la cámara en tu ojo experto y comenzaste a conjuntar
aquel triángulo extraño, que a toda luz se abría en el recinto, las
calaveras de papel, y en medio la niña, y tu uniendo ambos vértices en
una imagen triangular; nacimiento, vida y muerte, o lo que es lo
mismo, pasado presente y futuro, todo formando un triángulo, una de
esas figuras que tanto aman los iconografístas. Entonces fue que
comprendí, había salido de la pastelería persiguiendo una cabellera
rubia, y al final de la caza simplemente me había quedado con la
impresión de que mi presa eran tres, como fuera, la tarde se estaba
acercando y tenía que volver a casa, quise preguntarte tu nombre,
quise preguntarte tu edad, creo que hasta quise caminar contigo,
aunque sabía muy en el fondo, que al salir de aquel lugar, serías tu
quien me seguiría a mi.
Me volví para decirle adiós al cuidador de la galería, y tras
comprobar que en verdad me seguías, le sonreí a la calle transitada de
las cuatro de la tarde, comenzando después a caminar hacia mi casa,
mientras tu voz me alcanzaba de alguna forma, instalando de nuevo
aquella tonadilla que aún te agradezco. Bernard.
Aquello sucedió en los primeros días de Diciembre de 1994 y desde ese
día el vicio comenzó.
Cabe decir que es una metáfora divertida, el simple hecho de
relacionar el parecido de una persona con otra o de una melodía con
un suceso conocido.
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